La mano que acaricia y se desliza suavemente sobre la piel, es la misma que somete, domestica y convierte el impulso en una forma? Acaso, hay otra?
Trabajar con lana es sumergirse en la intimidad de un deseo primordial, un deseo que late en la materia. Al manipularla, sentimos la cercanía de un ser vivo, tan próximo que su esencia se filtra, revelando el rastro del animal que fue.
En cada fibra de lana, hay un vestigio de vida que huele y espera. Es un deseo encapsulado. Este animal, desconocido y lejano, no ha sido criado, alimentado, ni cuidado por nosotros, y sin embargo, su presencia persiste. Lo acariciamos, lo modelamos.
El arte es un ser vivo, desnudo ante nuestros ojos. Espera, como lo hacen todos los deseos, a ser liberado.